Realizar nuestra rotación en el Hospital Maternidad Doña Renée Klang Viuda de Guzmán históricamente conocido como el Seguro Social fue mucho más que una etapa académica: fue una experiencia que marcó un antes y un después en nuestra formación como futuros médicos. Durante estas semanas, nos sumergimos en la realidad de la atención maternoinfantil en la República Dominicana, participando activamente en los distintos procesos que acompañan el embarazo, el parto y el puerperio.
Este hospital, con su reconocido enfoque en la salud de la mujer y el recién nacido, nos abrió las puertas no solo como estudiantes, sino como miembros temporales de un equipo humano que trabaja incansablemente con profesionalismo, vocación y entrega. Nos permitió consolidar conocimientos, desarrollar habilidades clínicas esenciales y, sobre todo, cultivar una sensibilidad especial hacia las historias que habitan detrás de cada paciente.
Primeros pasos en la sala de maternidad
Desde el primer día, fuimos integrados plenamente en la dinámica hospitalaria, sin rodeos ni simulacros. Entramos directamente al corazón de la atención obstétrica, donde la teoría se encuentra con la realidad y el tiempo es un recurso valioso que no se puede desperdiciar. Bajo la supervisión de médicos residentes y especialistas, comenzamos a asumir responsabilidades progresivas que nos permitieron adquirir experiencia real en un entorno exigente, pero enriquecedor.
Una de nuestras primeras tareas fue aprender a elaborar historias clínicas completas, más allá del simple formato académico. Comprendimos que cada detalle, cada antecedente, cada síntoma debía ser abordado con atención y responsabilidad, porque de esa información dependían decisiones clínicas importantes para la salud de la madre y del bebé. A medida que nos familiarizábamos con la consulta prenatal, también aprendimos a realizar exámenes físicos obstétricos, desde la palpación uterina y la medición de altura uterina, hasta la auscultación de los latidos fetales.
Interpretar correctamente los signos y síntomas fue otro de los desafíos iniciales. Descubrimos que detrás de un dolor abdominal, un sangrado o una alteración en la presión arterial podían esconderse condiciones de alto riesgo como preeclampsia, trabajo de parto prematuro o desprendimiento de placenta. Este conocimiento dejó de ser algo teórico y pasó a ser una herramienta de vida o muerte.
Cada caso clínico fue una lección única. Las clases que alguna vez escuchamos en aulas universitarias cobraron sentido en las salas de internamiento, en la consulta prenatal, o en medio del dinamismo de una cesárea de emergencia. Nos vimos obligados a tomar decisiones rápidas, a priorizar problemas, a comunicar hallazgos con precisión y, sobre todo, a mantenernos emocionalmente presentes en cada encuentro con una paciente.
La experiencia nos desafió no solo en lo técnico, sino también en lo humano. Aprendimos a pensar con lógica clínica, sí, pero también a mirar con compasión. Cada mujer que atendíamos era más que un diagnóstico; era una historia, una esperanza, un miedo. Muchas llegaban solas, algunas en condiciones vulnerables, otras con embarazos complicados que requerían un cuidado meticuloso y constante.
En este primer contacto con la sala de maternidad, entendimos que ser médico no se limita a recetar medicamentos o interpretar resultados. Se trata también de saber escuchar, de explicar con paciencia, de tender una mano en momentos de incertidumbre y de ser parte activa de un proceso profundamente humano como es el de dar vida.
El milagro del nacimiento: una lección de vida
Sin lugar a dudas, uno de los momentos más impactantes y memorables de nuestra rotación fue presenciar, y en muchos casos participar activamente, en los partos. Estar presentes en el instante en que una nueva vida llega al mundo es una experiencia que trasciende lo académico y lo técnico: es una vivencia profundamente humana, emocional y transformadora.
Desde la primera vez que presenciamos un nacimiento, comprendimos que no hay preparación teórica que iguale la intensidad de ese momento. Lo que para algunos puede parecer parte de la rutina médica, para nosotros fue una escena cargada de emociones: la ansiedad previa, el esfuerzo físico de la madre, la concentración del equipo, y finalmente, el llanto del recién nacido, que rompe el silencio y anuncia la vida con una fuerza indescriptible.
Participamos en partos vaginales y cesáreas, aprendiendo que cada uno tiene sus propias complejidades, desafíos y recompensas. En algunos casos, todo fluía con normalidad; en otros, la urgencia nos empujaba a actuar con rapidez y coordinación. Aprendimos a preparar el campo estéril, a asistir al médico principal, a manejar el material quirúrgico, a realizar maniobras básicas y a vigilar atentamente los signos vitales tanto de la madre como del bebé.
Más allá de los aspectos técnicos, entendimos que el parto no es solo un evento fisiológico, sino también un acto de entrega, fortaleza y esperanza. La mujer que da a luz atraviesa un proceso intenso, físico y emocional, que merece todo nuestro respeto, cuidado y apoyo. Ser testigos de su valentía nos enseñó una nueva dimensión de la medicina: la capacidad de acompañar desde la empatía, de sostener emocionalmente, de brindar seguridad con una mirada o una palabra en medio del dolor y la incertidumbre.
También fuimos conscientes de la enorme responsabilidad que recae sobre el equipo de salud en ese momento crítico. La toma de decisiones rápidas y acertadas puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. La coordinación entre médicos, enfermeras y personal auxiliar es fundamental. Aprendimos que una comunicación clara y eficiente, sumada a una actitud serena y empática, puede garantizar no solo un buen desenlace clínico, sino también una experiencia positiva para la madre y su familia.
Cada nacimiento que presenciamos nos dejó una enseñanza distinta. Algunos nos marcaron por su dificultad, otros por su belleza. Pero todos nos recordaron por qué elegimos esta profesión. Porque, al final del día, acompañar a una mujer en uno de los momentos más importantes de su vida el nacimiento de su hijo es un privilegio que deja huella, que inspira y que fortalece nuestro compromiso con la medicina.
Un entorno de aprendizaje compartido
Durante nuestra rotación, uno de los aspectos más valiosos y quizá menos anticipados fue la convivencia diaria con médicos internos provenientes de otras universidades del país. Ese encuentro entre distintas trayectorias académicas, enfoques clínicos y estilos de aprendizaje generó un entorno dinámico de constante retroalimentación que enriqueció profundamente nuestra experiencia.
Más allá de compartir un espacio físico, compartimos también inquietudes, dudas, certezas y aspiraciones. Discutíamos casos clínicos al terminar una guardia, analizábamos protocolos en voz alta durante el almuerzo, comparábamos nuestras experiencias académicas, y revisábamos literatura médica juntos antes de una cesárea o una evaluación prenatal. Esa colaboración espontánea se convirtió en una fuente de conocimiento tan valiosa como las clases o los libros de texto.
Pero no todo fue académico. En un entorno exigente y emocionalmente cargado como lo es un hospital materno, también fue necesario aprender a sostenernos emocionalmente entre colegas. Hubo jornadas extensas, momentos de tensión, de cansancio físico extremo o de frustración ante situaciones clínicas difíciles. Y fue justamente en esos momentos donde el compañerismo emergió como un pilar indispensable.
Nos apoyamos mutuamente con gestos simples, pero profundamente significativos: una taza de café en la madrugada, un consejo antes de entrar a una sala de parto, un “tú puedes” cuando la confianza flaqueaba. Aprendimos que, aunque la medicina puede parecer una carrera individual y competitiva, en la práctica real la colaboración, la empatía entre compañeros y la solidaridad profesional son esenciales para sostenernos y crecer.
Ese sentido de comunidad que se creó entre internos de diferentes universidades nos enseñó una lección que no figura en los manuales: que el conocimiento compartido se multiplica, que el respeto por otras formas de pensar y trabajar fortalece el criterio clínico, y que los lazos que se tejen en el hospital muchas veces perduran más allá de una simple rotación.
Convivir y aprender con otros futuros médicos nos recordó que la medicina es también una construcción colectiva, y que el crecimiento personal y profesional se potencia cuando se camina acompañado.
Agradecimiento a quienes nos formaron
A lo largo de nuestra rotación en el área de Ginecología y Obstetricia, vivimos momentos que no solo pusieron a prueba nuestras capacidades clínicas, sino también nuestro temple, empatía y trabajo en equipo. Fue un período intenso, retador, pero también profundamente humano. Hoy quiero tomarme un momento para agradecer, desde lo más sincero de mi corazón, a cada uno de mis compañeros, porque juntos construimos una experiencia inolvidable, llena de aprendizaje, compañerismo y crecimiento personal.
Mery Núñez, gracias por ser ese rayo de luz que todos necesitábamos en los días largos y agotadores. Tu carisma natural, tu risa contagiosa y tu gran empatía lograban transformar el ambiente del servicio. Siempre supiste cómo romper la tensión con una palabra oportuna, una broma bien dicha o un gesto de apoyo. Fuiste la chispa que mantenía la energía del equipo viva, la que nos recordaba que, a pesar del cansancio o el estrés, el buen ánimo y el cariño entre compañeros pueden sostenernos. Tu capacidad para conectar con los pacientes y con nosotros fue una lección diaria de humanidad.
Elda Matos, tu liderazgo silencioso pero firme fue fundamental. Siempre velando por el bienestar del grupo, cuidando que tuviéramos lo necesario para cumplir con nuestras responsabilidades sin contratiempos. Atenta, organizada muy directa y siempre alerta, fuiste esa figura que nos transmitía seguridad. No dejabas pasar ningún detalle, siempre con una palabra sabia o una sugerencia precisa, anticipándote a cualquier situación que pudiera interrumpir nuestro ritmo de trabajo. Tu presencia fue garantía de orden y tranquilidad. Gracias por ser ese sostén discreto pero imprescindible.
Jennifer Hernández (La Chikis), tu serenidad y temple nos mantuvieron centrados cuando más lo necesitábamos. Siempre calmada, con un equilibrio admirable, fuiste la voz de la disciplina y el orden. A pesar de las exigencias del servicio, siempre mantuviste la compostura, actuando con una madurez ejemplar. Nos enseñaste que el respeto por el proceso, la atención al detalle y la responsabilidad no están reñidos con la empatía y la sensibilidad. Gracias por ser el equilibrio del equipo, por tu constancia y por mantenernos firmes cuando más lo requeríamos.
Lisbeth Ripoll, tu serenidad también fue clave en el equipo. Eres de esas personas que aportan con su sola presencia: tranquila, enfocada, con una energía que promovía la paz. Siempre dispuesta a colaborar, a escuchar, a ofrecer una palabra justa. Junto a Jennifer, construiste una base de armonía sobre la que pudimos apoyarnos todos. Gracias por ser esa compañera confiable, silenciosamente fuerte, que nunca buscó protagonismo pero cuya influencia se sintió a cada paso.
Carolay Rivas, una de las grandes heroínas del team. Tu alegría, ocurrencias y sentido del humor fueron el combustible que tantas veces nos levantó el ánimo. Con una espontaneidad única, sabías cuándo hacer reír y cuándo brindar apoyo. Eres de esas personas que saben leer el ambiente y ofrecer justo lo que se necesita: un chiste para aliviar la tensión, una palabra de aliento, o simplemente tu presencia vibrante. Gracias por transformar el servicio en un lugar más humano, más divertido y más llevadero. Tu autenticidad es un tesoro.
Raymond Peña, sin duda, el más dedicado del equipo. Siempre con tu iPad en mano, adelantando lecturas, repasando temas, buscando profundizar más allá de lo básico. Tu compromiso con el aprendizaje fue una inspiración. No solo estudiabas para ti, también compartías lo que aprendías, aclarabas dudas, generabas espacios de diálogo académico dentro del mismo grupo. Fuiste ese motor intelectual que nos impulsó a todos a dar un poco más. Gracias por tu disciplina, tu constancia y tu ejemplo de responsabilidad profesional.
Juntos fuimos un equipo sólido, equilibrado y comprometido. Cada uno aportó algo esencial: alegría, orden, previsión, estudio, empatía, serenidad. Nos complementamos, nos apoyamos, y lo más importante, crecimos juntos.
Esta rotación no solo nos dio herramientas clínicas y experiencias médicas, sino también vínculos que nos marcarán para siempre. Gracias por hacer de esta etapa algo tan especial. Estoy orgulloso de haber compartido esta experiencia con ustedes.
No podemos cerrar esta reflexión sin dedicar un espacio especial de gratitud a quienes, con dedicación y entrega, marcaron nuestra experiencia de manera profunda: los residentes de Ginecología y Obstetricia.
Desde el primer momento, su actitud acogedora nos hizo sentir parte del equipo. Nos integraron con respeto, nos orientaron con claridad y, sobre todo, nos enseñaron desde la práctica, con paciencia y generosidad, sin reservas ni actitudes jerárquicas que limitaran el aprendizaje. En cada guardia, en cada ronda, en cada procedimiento, siempre hubo un residente dispuesto a guiarnos, a resolver nuestras dudas o a invitarnos a participar activamente.
Nos explicaron procedimientos con detalle, nos permitieron observar desde cerca y muchas veces intervenir en situaciones clínicas complejas, y nos corrigieron con respeto y humildad, entendiendo que el error es parte natural del proceso formativo. Pero más allá de la transmisión de conocimientos técnicos, nos ofrecieron algo aún más valioso: nos formaron con el ejemplo.
Porque fue en su actitud cotidiana donde vimos lo que realmente significa ser médico: la templanza ante la presión, la entrega en jornadas interminables, la compasión hacia pacientes en situaciones vulnerables, y la capacidad de mantener la humanidad incluso en los momentos más difíciles. Su compromiso con la salud materna y su pasión por enseñar fueron una inspiración constante.
También nos enseñaron a ver la medicina desde una perspectiva ética y social. Nos recordaron que nuestra labor no se limita a diagnósticos y tratamientos, sino que también incluye defender la dignidad del paciente, actuar con conciencia social y mantener una vocación firme, incluso en un sistema de salud lleno de retos.
A cada residente que nos dedicó tiempo, que nos explicó con entusiasmo, que nos permitió cometer errores y aprender de ellos, que confió en nuestra capacidad de asumir responsabilidades: gracias. Ustedes fueron mentores silenciosos pero poderosos, que sembraron en nosotros no solo habilidades clínicas, sino valores que nos acompañarán toda la vida profesional.
La huella que dejaron en nosotros es profunda y duradera. Gracias por educar, por formar, y sobre todo, por inspirar.
Una experiencia que nos transformó
Culminamos esta rotación con el corazón colmado de gratitud y la mente más clara y fortalecida. Lo que comenzó como una etapa más en nuestro camino académico terminó convirtiéndose en una vivencia que moldeó profundamente nuestra manera de entender y ejercer la medicina.
Nos llevamos mucho más que habilidades clínicas o conocimientos técnicos. Aprendimos a mirar al paciente como una persona integral, con miedos, sueños y luchas propias. Comprendimos que cada embarazo trae consigo una historia única, que cada parto es una pequeña gran victoria, y que cada jornada en el hospital representa una nueva oportunidad para aprender, servir con humildad y crecer como seres humanos y como profesionales de la salud.
El Hospital Maternidad Doña Renée Klang Viuda de Guzmán fue más que un escenario de prácticas: fue una escuela de vida. Allí, entre las paredes de consulta, las salas de partos y los pasillos de internamiento, descubrimos lo que realmente significa trabajar por la salud de la mujer dominicana: hacerlo con dignidad, con entrega y con un profundo respeto por la vida en todas sus etapas.
Agradecemos profundamente al personal médico, de enfermería, administrativo y de apoyo que, con vocación y paciencia, nos acogió, nos formó y nos permitió ser parte de su labor cotidiana. Gracias por mostrarnos que la excelencia en medicina no se mide solo en cifras o procedimientos, sino también en el trato humano, en la calidez del cuidado, y en el compromiso inquebrantable con quienes más lo necesitan.
Esta etapa no solo nos brindó herramientas para ser mejores médicos, sino que reforzó en nosotros la certeza de que hemos elegido un camino que, aunque demandante, es profundamente gratificante. Nos vamos con aprendizajes que llevaremos toda la vida, con amistades que nacieron en medio de la vocación compartida, y con una visión más noble y consciente del rol que queremos desempeñar en la sociedad.
Sin duda, esta rotación quedará grabada en nuestras memorias como una de las más significativas, formativas y transformadoras de nuestro camino hacia la medicina. Y si en el futuro logramos impactar positivamente la vida de nuestros pacientes, sabremos que parte de ese logro comenzó aquí.
Rotando como Médico Interno en el Hospital Maternidad Doña Renee Klang Viuda De Guzmán